¡Hola a todos!
Como ya os he contado en alguna
que otra ocasión (habemus convocatoria II), antes de
ir a examen (de eso ya os hablaré otro día), mi preparador nos organizó a mi
compañera y a mí un simulacro de examen. Un simulacro de examen pero de verdad,
no un completo como los que veníamos haciendo hasta el momento en su casa o en
la notaría, no. Un simulacro en toda regla, en el colegio y con tribunal.
Después de que se celebrara el
sorteo y saber que no éramos de las primeras. Mi número fue justo la mitad de
uno de los tribunales, mi preparador pensó que sería buena idea que viviéramos
lo que nos íbamos a encontrar antes de ir a examen. Así que decidió que justo
el día que empezaban los orales, nosotros también tendríamos nuestro particular
examen. De esta manera nos organizó el estudio para que llegáramos a esa fecha
con todo el temario acumulado y con varias vueltas ya.
El día que nos lo comunicó no
dábamos crédito. Nosotras no nos veíamos capaces ni de llegar al 20 de abril
con todo el temario, ni de aguantar la hora ante un tribunal. ¡Cómo lo íbamos a
hacer! ¡Qué barbaridad! Pero llegamos, vamos si llegamos. Parece mentira qué
rápido pasan los días y las semanas cuando en la agenda tienes cada tres lunes
un completo. Y de esta manera nos plantamos en el 20 de abril.
El lunes anterior no cantamos y
así ganábamos un día para estudiar y prepararnos para el “gran momento” pero mi
preparador sí nos dio algunas notas para ese día. La hora de empezar iba a ser
la misma que en los orales de verdad, en el colegio, en el salón de actos, con
un tribunal de mínimo cinco notarios y teníamos que ir vestidas lo más parecido
al examen para que viéramos si íbamos a estar incómodas o no, qué nos podía
molestar o no.
A medida que se acercaba la fecha
yo sólo veía “mi examen particular”, tenía marcado ese día en todos los
calendarios de casa, no se me podía olvidar y mi familia debía saber que no iba
a estar disponible los días previos (en realidad las semanas previas), todo
giraba alrededor de mi súper simulacro.
Pues bien, el 20 de abril llegó.
Dormí fatal y tenía el estómago cerrado. Para mí era muy importante saber y
comprobar si iba a aguantar la hora ante un tribunal, pero sobre todo si iba a
ser capaz de articular palabra, de no dejarme nada, de no equivocarme de temas,
de saber controlar los nervios ante diez ojos pendientes de mí.
Me planté mi vestido, americana y mis
tacones y me fui para el Colegio Notarial. Tanto mi compañera como yo llegamos
antes de tiempo. Sólo con mirarnos a los ojos supimos lo nerviosas que
estábamos y el miedo que teníamos. Yo era un manojo de nervios, me temblaba
todo. Al llegar mi preparador, se ve que nos vio la cara desde lejos, lo
primero que dijo fue “tranquilas, va a ir bien, hoy no os estáis jugando nada”.
No nos estábamos jugando nada
porque no era el examen de verdad, pero yo sí me estaba jugando algo. Comprobar
hasta dónde era capaz. Comprobar si todos esos meses de estudio habían servido
para algo. Y lo que más me preocupaba, no dejar mal a mi preparador. Es decir,
él había organizado todo eso porque estaba convencido que éramos capaces de
superarlo, pero yo tenía miedo. ¿Y si no era capaz de cantar un solo artículo
como tocaba? ¿Y si había organizado todo eso para nada? Tanto mi compañera como
yo no queríamos fallarle, queríamos que estuviera orgulloso de nosotras. De que todo ese trabajo había servido para
algo.
Entonces llegaron el resto de los
miembros del tribunal, todos notarios que ya conocía pero que no me habían oído
cantar nunca. Por si fuera poco eso para mí fue más presión añadida. Los
conocía, me conocían y cada vez que nos encontrábamos y me preguntaban qué tal
lo llevaba, siempre respondía que bien. Era el momento de demostrarlo.
Y así, los siete entramos en el
Colegio…
Gracias por leerme!
Un beso!
María :)